Estamos a punto de cambiar la historia de Venezuela, y el cambio comienza por nosotros mismos.
En esta nueva etapa donde se aproxima el fin de la tiranía y
se replantea la libertad para Venezuela, necesitamos reinventarnos una nueva
identidad, y esto es fundamental puesto que, por tener una identidad falsa y
equívoca fue que caímos en las manos de los cubanos, Fidel Castro nos había
estado estudiando por más de 30 años y sólo requería de un militar resentido y
lleno de odio para ejecutar su maléfico plan. Esa falsa identidad no era consistente, —nada
falso es consistente, por eso también caerá la tiranía— no estaba fundamentada
en lo esencial del ser humano, sino en cosas banales, como que Venezuela es el
mejor país del mundo, etc. Cada país es el mejor del mundo para su nacional por
ser el país que lo parió, porque es suyo. Lo que hace grande a un país no son
sus riquezas naturales, ni su paisaje, es la integridad de su gente: la paridad entre su constitución moral, la constitución del país y su
conexión con Dios. Si el venezolano no instala a Dios y su justicia en su
corazón y en su mente, y la convalida con el país físico y político, entonces aquí no habrá Trump que valga ni ningún país
que nos venga a salvar.
“La corrupción es un estado de pobreza espiritual y material”
Si Venezuela es el mejor país del mundo, ¿por qué nosotros
estamos sometidos por los comunistas y son ellos los que nos “gobiernan”? ¿Por
qué nuestros coterráneos han emigrado por millones, casi siete, por todo el
mundo, pasando vicisitudes, hambre, frío, humillaciones, las mujeres
prostituyéndose, los hombres robando y presos, las familias desintegradas, las
fuentes de trabajo y el país totalmente destruidos, donde pululan los
malandros, la criminalidad, la narco-guerrilla, la corrupción, la tortura, la arbitrariedad y la anarquía, el
ecocidio, la falta de moral y el respeto? La Venezuela nuestra, la de las 7 estrellas en la bandera, aquella que
conocimos hace veinte años, desapareció hace tiempo para convertirse en una
colonia comunista cubana.
Al venezolano le ha tocado conocer otras latitudes, otros pueblos, para
darse cuenta de la clase de país al que pertenecía y al que había perdido,
llorando en la lejanía de su hogar, sometido, degradado, humillado. Se dio
cuenta de que a los nacionales de los países a los cuales les tocó emigrar querían a los suyos propios, respetaban las leyes, eran más educados, cuidaban sus ciudades y la naturaleza,
trabajaban la tierra, todo estaba sembrado, tenían un mejor comportamiento
ciudadano, aportaban con su voluntad la prosperidad de sus naciones.
Viene una nueva era para Venezuela, pero requiere de hombres justos y probos, es aquí donde entra en acción la Actitud. La Actitud tiene
que ver con la conducta, la sensibilidad, la consciencia y el poder de la voluntad del individuo en la sociedad, en el ambiente
laboral, en el núcleo familiar y consigo mismo. Hace más de treinta años tuve
una reflexión y la escribí en el libro de la Actitud:
“El valor del signo monetario de un país es directamente
proporcional a los principios y valores de sus hombres”
Y he aquí que el tiempo me ha dado la razón, nuestro signo
monetario hoy no vale nada, ya lo desaparecieron junto con el país, al igual
que hace mucho lo hicieron con los principios y valores, han borrado todo
aquello que nosotros llamábamos venezolanidad, que al parecer no era tan consistente.
Los billetes que imprimieron los cubanos para Venezuela
están llenos de sortilegios, santería y brujería. Por eso tampoco trascenderá
esa economía, es una farsa, sólo ha traído la hiperinflación más alta conocida
en la historia de la humanidad, al igual que la corrupción más grande del mundo,
es esta realidad la que quedará registrada en los libros de historia, y sus protagonistas, los que están al frente de la falsa revolución bolivariana, que no es otra cosa que el lobo comunista cubano disfrazado de oveja. Muy contrariamente a los billetes de dólares americanos se puede leer en la parte de atrás, “In God we trust” Que se traduce como “Nosotros confiamos en Dios”. Y al billete de más alta denominación de Chile que tiene impresa la imagen de nuestro Andres Bello.
Ha llegado la hora del cambio de la historia y ese cambio
empieza por nosotros mismos, del valor y de los principios que forjan a una
nación cuando estos brotan desde las entrañas de los hombres justos: desde su consciencia, desde su sensibilidad, desde su voluntad y desde su espíritu. Con esa energía cohesionada todos los hombres unidos pueden hacer proezas. ¿Y qué mejor proeza que lograr la libertad de una nación?